Arrancando los velos que todo lo tapan, pieles que nos visten y ropas que nos representan, capas de una coraza que nos protege y nos identifica con lo que queremos ser. Detrás de un velo difuso mostramos una representación de nuestro papel, los actores están en el escenario y el teatro está lleno. Schleiermacher recoge los velos del suelo para vestirlos de nuevo en un bastidor y reflejar, como en un espejo, al espectador desnudo de disfraces.

El paso del cuerpo arrastra la materia de su alrededor, genera por contacto un vacío, una no-presencia, que acaba dibujándolo en el espacio. Los colores rellenan las reservas, capa a capa los pigmentos dotan de contenido y acotan la escena. El rastro de la propia existencia atrapa el tiempo vivido. Congela la acción presente, construida de pasado, y se detiene para observar como desembocara en un futuro.

Se amontonan cajas de tierra, contenedores para esconder, ordenar y clasificar lo que somos. Cajas para olvidar lo que fuimos, cajas para almacenar en un rincón y tenerlas pero no abrirlas.

Volando hacia los dioses a Ícaro se le fundió la cera de sus alas, hoy el calor viene dado por la iluminación de noches artificiales. Revolotean mariposas nocturnas intentando elevarse más que los demás. Vuelo de mantequilla fundida por el calor de un punto de luz intermitente. El equilibrio dentro del desequilibrio en la cuerda floja atada al finito, marca la tensión del caminar indeciso. Cuelga de la cuerda el vestido para un sueño, ropas para la ilusión de la princesa para un día. Del deseo al recuerdo despierto. Avanza la secuencia del movimiento humano. Camina y se detiene, retoma la marcha con la incerteza del camino marcado sobre un suelo que se mueve imperceptiblemente en una dirección distinta.

La transparencia nos representa por un momento la desnuda realidad, en el espejo nos hemos visto con un cuerpo distinto, interpretando un nuevo papel.

R.C.