En la era de la reproducibilidad técnica anunciada porWalter Benjamin se modifica la relación entre lo que hasta ahora había sido el original artístico y su espectador, de manera que, en el caso del arte, a sacralidad del museo llega a la cotidianeidad de las pantallas. No hace falta decir que, en esta línea tecnológica y en este cambio conceptual sobre la manera de percibir el arte, la fotografía tiene un papel destacado. Fijémonos en cómo, a través de ésta, es posible resaltar aspectos del original captables únicamente a través de una lente manejable o cómo el espectador puede seleccionar, a través de la cámara, diversos puntos de vista inaccesibles por el ojo humano pero fácilmente asequibles con la aplicación de ciertos procedimientos. Es en este punto dónde hay que situar las obras presentadas de Joan Fontcuberta (Barcelona, 1955), un ilusionista visual que reproduce paisajes realistas que quieren ser reproducciones de aquellos que habrían inspirado pintores como Braque, Cézanne o Cuixart. La misión recae precisamente en desvelar – o quizás generar todavía más equívocos – entre lo que debería ser la autoría y la autoridad, esta última sujeta a intereses tan dispares como pueden ser el mercado, las salas expositivas, el estilo…Con una conjunción loable entre trabajo creativo y teórico, sus obras juegan con la ambigüedad, escudriñan el reverso de las apariencias y exploran la naturaleza narrativa de la fotografía.