«El Eros es una placa arcaica, prehumana, totalmente bestial, que aborda el continente que emerge del lenguaje humano adquirido y de la vida psíquica voluntaria, adoptando las dos formas de la angustia y de la risa. La angustia y la risa son las cenizas densas que caen lentamente de ese volcán. »
Pascal Quignard
A pesar de que Roger Cortés (R.C. a partir de ahora) utilice un maniqueo Eros y Thanatos para titular su exposición, es claro que el interés del invento no se encuentra tanto en los polos abstractos de este segmento como en sus intersticios . En este sentido, Eros (o el Amor) tendría su versión impura o bastarda (humana) en el sexo o la sexualidad (entendida como experiencia eminentemente corporal), mientras que Thanatos (o la Muerte) tomaría la forma de una tipo de temor o miedo existencial que es la que suele acompañar a la mayoría de criaturas autoconscientes. Es decir: Eros y Thanatos «sólo» serían los paréntesis definitivos entre los que se escenifica el drama o la comedia de la existencia humana.
Nos desplazamos del binomio Amor-Muerte, por tanto, al ambiguo paisaje descrito por el Sexo y el Temor. La definición más clásica le debemos todavía a Virgilio: «[el amor es] una herida seca y profunda que quema como un fuego seco o secreto (gravi iamdudum saucia cura volnus caeco igni)”)»; o a Cátulo, que considera el estado sentimental como una enfermedad mortal: «¡Oh, Dioses, si sois piadosos, si concedéis a los hombres algo más que el temor a la hora de morir, depositad su mirada en mí (me miserum adspicite), en mi miseria. Mi vida ha sido pura. Recompensadme. Libérame de esta peste (pestem): el amor, este veneno (torpor) que hiela mis huesos, que se destila en mi sangre, que ahuyenta la alegría (laetitia) del corazón «… Belleza terrible descrita por los autores clásicos que se encuentra en la génesis de nuestra cultura y que ha reseguido de manera ininterrumpida la historia del arte entero gracias, en gran medida, al hecho de disponer de un contenedor privilegiado que no es otro que el cuerpo humano.
Aquí es donde irrumpe con fuerza la propuesta de R.C.: su preocupación por la representación del cuerpo desemboca en una sintaxis hecha de fragmentos que intuimos como la única vía «razonable» para poder entender algo en relación al conflicto bipolar citado. Los elementos con los que brega R.C. son Amor-Muerte, Sexo-Temor y, claro, la perenne lucha cartesiana entre el contenedor y el contenido, entre el pensamiento y el cuerpo que lo soporta. La fórmula nos la regalaba Klossowski a partir de la relectura sistemática de Nietzsche: «El cuerpo en tanto que cuerpo no es ya sinónimo de él mismo: instrumento de conciencia, deviene propiamente el homónimo de la persona»; un cuerpo negado que se reivindica desde del pensamiento vitalista y que el arte casi siempre ha preferido mostrar en su desnudez. O negarse en su desnudez: otro desdoblamiento, el del cuerpo vestido que sólo se puede reconocer plenamente en los perfiles literal de la carne, en su sinuosa ya veces abrupta orografía. Estamos hablando de una escisión pero, sobre todo, de una relación que puede escenificar -de muchas maneras y que R.C. soluciona (o problematiza más aún) gracias a la falta de referentes externos, gracias al gran espacio negro que engulle como alquitrán los ex-votos que él deposita.
La exposición Eros & Thanatos, a pesar de contener momentos ciertamente irónicos, nos traslada a un espacio de trascendencia que cada vez resulta más raro en medio de las prácticas artísticas contemporáneas, demasiado preocupadas por cuestiones de sociología elemental o directamente inmersas en la astracanada de regusto tecnológico. R.C. habla del ser humano y de su prisión pulsional; R.C. dialoga activamente con la historia del arte (se puede jugar a descubrir las pinturas que se esconden tras sus obras …) y, al mismo tiempo, subvierte los géneros (pintura y escultura) mediante una hibridación de lenguajes que conforma una de sus características esenciales. Al final, una gran sombra nos sobrevuela. El problema que anunciaba el oráculo que siempre es Jean Baudrillard: «El universo no es dialéctico, está condenado a los extremos, no al equilibrio. Condenado al antagonismo radical, no a la reconciliación ni a la síntesis. Ese es también el principio del Mal, y se expresa en el maligno genio del objeto, se expresa en la forma extática del objeto puro «. Cuerpo convertido en objeto ya la inversa: el espacio indeterminado es el único contenedor capaz de soportar de los mismos.
Eudald Camps
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