Todas las poblaciones tienen un skyline, o perfil montado sobre la línea del horizonte y este skyline constituye, en ocasiones, la principal imagen de marca de dicha población. Cadaqués tiene numerososo skylines: el que apuntó Meifrén a principios de 1900, situándose de espaldas a la montaña; el líquido-paranoico de Lidia Savana, a causa de un loco amor no correspondido por el dandy Eugeni d’Ors; el cubista analítico que descubrió Picasso en sus embarcaciones y callejuelas; el rocoso y barroco, ideal para contrabandistas y obispos putrefactos, que ingenió Buñuel junto a Dalí para L’age d’or, el áureo punto de fuga moldeado por Duchamp para cubrir el agujero de su bañera, e incluso el tricórnico Richard donde iban a morir invariablemente los cigarrillos del pop Hamilton.
Y dejo para el final al más importante horizontista, Narcís Monturiol, quien descubrió la verticalidad del fenómeno, cavilando en el Cap de Creus mientras reventaban literalmente los pulmones de los pescadores de coral. Monturiol inventó el submarino, y aprendió a navegar entre apariencias dulces, amargas y saladas. Años a venir, Dalí identificaría el submarino con la ironía, un maravilloso vehículo que le permitía cruzar el umbral de las apariencias para llegar a nuevas y excitantes realidades, y todo ello sin que se notara demasiado.
Jesús Galdón, esperanza blanca del arte español contemporáneo, retorna este subterráneo tema dándole, cómo no, la vuelta. “De cómo dibujar la línea del horizonte” no es una exposición al uso: no hay obras enmarcadas en pared, al contrario, un gigantesco bastidor con tela nos da la espalda para conducirnos, mediante tres puestas simultáneas, a una jaula-interior donde se halla colgada una pequeña retrospectiva sobre el tema del límite u horizonte -en todos los sentidos- de las apariencias y el lenguaje artístico. Una gigantesca nube, hecha con el mismo material de los bastidores de los cuadros, flota como un ictíneo del allende marino. Vehículo ejemplar, pero también alternativo a distintas intentonas célebres, como la del Cyrano de Bergerac, quien intentó llegar a la luna atándose a un montón de botellas repletas de rocío: al salir el sol, las botellas deberían volver a casa, elevándose hacia al más allá; tampoco debemos olvidas aquí a la prepúber Alicia, traficante de anhelos a un lado y otro del espejo.
Si Duchamp descubrió el doble fondo del armario, donde se escondía su Mariée, Galdón incorpora el conceptualismo al barroco de Alicia, Piranesi y las sacras conversaciones de la Contrarreforma. Juega con las fronteras de la geografía, del género y de la física. Galdón es un hábil jugador del Siete y medio, siempre sabe el momento justo en que plantarse. Si uno lo piensa bien, de eso trata el horizonte.
Ricard Mas Peinado
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